Escuela de Padres

Juegos de mesa para niños

Posted on: 12 octubre, 2013

Los padres lo saben de forma instintiva: un niño que juega es un niño que está bien. Los juegos revelan su equilibrio psicológico y son un indicador de su crecimiento afectivo y emocional. Sophie Marinopoulos, psicóloga y psicoanalista, nos lo explica. Y es que, los juegos de mesa nos ofrecen muy buenas alternativas a los juegos al aire libre, ya que en todo momento, lugar y circunstancia el niño tiene necesidad de jugar.

Edad del niño para los juegos de mesa

El niño debe tener una cierta madurez. Porque, para él, perder no es cualquier cosa: significa perder un poco de sí mismo, perder su imagen delante de sus padres y, a su entender, puede que también perder un poco de su amor….

Pero, al mismo tiempo, los juegos con reglas son esenciales para el niño: le permiten conocerse mejor, descubrir en sí mismo pulsiones que le animan a avanzar, a ganar y a tomar conciencia de la necesidad de controlarse para someterse, como los demás jugadores, a las reglas del juego.

Para evitar los grandes disgustos de los “malos perdedores”, al principio, cuando el niño tiene 5 ó 6 años, podemos proponerle juegos “cooperativos”: todos los jugadores juegan juntos contra un enemigo exterior y no unos contra otros.

Es lo que ocurre, por ejemplo, en el juego del “Hortelano”, en el que los participantes se asocian para cosechar frutos antes de que un cuervo malvado se los coma. Todos ganan o pierden a la vez, por lo que el niño no vive esa experiencia en solitario.

Jugar con el niño

¿Hay que jugar con el niño aunque no nos apetezca? Si no os gusta jugar, no os preocupéis: seguro que vuestro hijo encuentra a otro niño de su edad o a otro miembro de la familia que quiera hacerlo. El juego tiene que ser motivo de placer, no una obligación.

En cambio, es esencial que los padres miren cómo juega su hijo. Primero, para comprobar su desarrollo psíquico, como ya hemos visto. Y también para animarlo, demostrarle que están presentes, que se interesan por lo que hace.

Pero esa mirada no puede ser permanente: el niño también necesita soledad en sus juegos para poder crear su propio espacio lúdico, personal e íntimo.

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