Archive for agosto 3rd, 2013
- In: Familia | Felicidad | Paternidad
- Deja un comentario
Amar a los hijos incondicionalmente es para la mayoría de los padres, algo sencillo. En realidad, es algo natural. Aun los papás que no sienten una pizca de emoción por convertirse en padres durante los meses previos al nacimiento, se enternecen cuando ven por primera vez a su recién nacido. No tenía idea de cómo se sentía ser papá hasta que tuve a mi primera hija en mis brazos. Pero desde el momento en que lo hice, supe que la amaba. Supe que siempre la amaría, sin importar lo que hiciera o dejara de hacer en su vida. Yo no la amaría por lo que pudiera hacer por mí, por lo que pudiera ofrecerme o por su manera de ser. Yo la amaba porque la amaba, y no por ninguna otra razón. Eso es amor incondicional.
Existe un lazo de amor instantáneo, natural y biológico entre madres e hijos. Aun en el caso de los papás, a pesar de que no cargaron al hijo por nueve meses, existe un magnetismo irresistible entre ellos y sus hijos. Un bebé, con sus ojos expresivos, su pequeño rostro, su torpeza y vulnerabilidad, logra sacar todos nuestros instintos paternales. Algunos científicos afirman que los bebés intencionadamente desarrollan verse así para activar nuestros instintos paternales y afectivos, e inspirarnos ternura.
Pero este sentimiento no es exclusivo de los padres. Los niños crecen instintivamente amando y confiando en sus padres. Ellos quieren y necesitan nuestra atención y aceptación. Aunque los niños pequeños dan por sentado que usted los ama, conforme van creciendo, instintivamente comienzan a cuestionarse lo que antes era tan seguro para ellos… incluyen- do su amor hacia ellos. Lamentablemente, si no somos cuidados, sin quererlo terminamos enviándoles todas las señales equivocadas.
Debido a que queremos lo mejor para nuestros hijos, los estimulamos a hacer todo tipo de cosas que a veces no quieren hacer. Desde comer sus vegetales hasta hacer sus prácticas de piano, desde ir a la cama temprano hasta ir a la escuela cuando tienen que presentar examen de matemáticas; para eso existen los padres. Los niños difícilmente miden las consecuencias de sus actos a largo plazo, y no tienen suficiente experiencia para tomar decisiones importantes por sí mismos. Todos recordamos cuando estábamos creciendo y nuestros padres nos impulsaban a hacer cosas que no entendíamos y que nos molestaban, pero luego comprobábamos que sus peticiones eran prudentes, por eso, ahora estamos agradecidos con ellos.
No obstante, aunque sea responsabilidad de cada padre cumplir con este papel, la manera en que decidamos manejar nuestra parte es fundamental. ¡Podemos hacerlo muy bien o pésimamente mal! El problema es que si no somos cuidadosos, acabaremos criticando a nuestros hijos. A causa de nuestro interés porque hagan las cosas bien, esfamos ansiosos por señalarles sus errores y explicarles como pueden hacerlo mejor. Al mismo tiempo, asumimos que ellos saben que los amamos, ya que, después de todo, si no los amáramos, ¿por qué estaríamos tan interesados en ellos y en su desempeño? Entre más edad tienen nuestros hijos, nuestra «guía» tiende a volverse más severa, y menos les decimos cuánto los amamos. «Ellos saben que los amo» podríamos aclarar. Pero la pregunta es: ¿cómo lo saben?
Steve Chalke