Archive for agosto 5th, 2013
Hay que educar en los sentimientos, en la apreciación de su riqueza, en saber expresarlos, en captar y entender los de los otros. En aprender a conducir la propia vida y manejar las relaciones que se mantienen con los demás.
Los niños deben saber dirigirse a los otros para consultar o para negarse a sus solicitudes. Expresar las emociones y las necesidades facilita el equilibrio psíquico.
La inteligencia es un concepto global, cognitiva y afectivamente.
¿Cuántas personas conocemos que son sobresalientes profesionalmente, pero desequilibradas emocionalmente? Su vida fracasa.
La socialización es el proceso por el que nace y se desarrolla la personalidad individual en relación con el medio social que se transmite y conlleva la transacción con los demás. La socialización supone inmersión en la cultura, control de impulsos, experiencia de uno mismo, desarrollo de la afectividad y motivación de logro. Debe facilitar una «competencia comunicativa» y un «vivir con».
La actitud y la filosofía han de ser: «conócete a ti mismo y ponte en el lugar del otro», es decir, ahondar en la introspección y la socialización. Al final somos el resultado de la educación que hemos recibido y de la que hemos adquirido posteriormente, somos el espejo que reflejará, o bien el amor, o bien la maldad que se nos ha puesto delante.
El buen carácter del niño, sus actitudes positivas, su autocontrol dependerán, por tanto, del clima favorable que se viva en el hogar, del correcto modelado que reciba el niño, del equilibrado uso del control y de la autonomía de las conductas de quien está aprendiendo el sentido de aceptar las consecuencias de sus actos, de ir formando conciencia de lo que está bien y de lo que es inaceptable.
Se irá preparando al niño para interaccionar con su entorno. Habrá que dotarlo de un buen juicio moral. Es fundamental la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona, de cómo siente, de cómo percibe. La empatía exige reflexión, sensibilidad y reduce (o elimina) la posibilidad de respuestas violentas.
Los niños han de aprender a tolerar, a dialogar, a mostrar los sentimientos. Sonreír es un imán prosocial. Hay que incentivar la disposición para ayudar al resto, lo que propicia sentirse bien. Hay que enseñar a tener amigos sanos y duraderos; educar en la amabilidad, en el altruismo, en el tú; promover la solidaridad. Sentirse partícipe de este mundo, de este momento.
¿Cómo nos comportamos? Pues según nos vemos, según nuestra autoestima. Tenemos que confiar en nosotros mismos, hemos de querernos. El autoconcepto positivo se relaciona favorablemente con la conducta de ayuda; por tanto, debemos promocionar en los niños una imagen positiva de ellos mismos basada en la realidad de sus vidas. La autoestima es como un antídoto que nos protege de problemas psicológicos. Un auténtico salvavidas.
Valoremos al niño, procuremos que se quiera y que se sienta bien consigo mismo.
Como padres hemos de ejercitarnos en el autodominio y aprender a ser serenos, a razonar de forma objetiva y a dialogar con nuestros hijos, a ser equilibrados. Hemos de admitir que los problemas y las frustraciones son parte de la vida, siendo siempre sinceros con nosotros mismos y con los demás, con la intención de unificar el ser con el deber ser. Habremos de pararnos a realizar introspección con el objetivo de conocer lo positivo y lo negativo de nosotros mismos, nuestras limitaciones y desarrollar el sentido del humor, la autocrítica. Hemos de autodirigirnos en el estoicismo, en la voluntad, en la aceptación del sufrimiento y fijarnos un objetivo, una meta. Atribuiremos sus conductas a causas estables e internas y lo responsabilizaremos de sus consecuencias.
A los niños se les indica con reiteración lo que deben o no hacer (incluso decir o callar), pero es fundamental que sepan manejar sus pensamientos, pues condicionan las emociones y los sentimientos y son una magnífica herramienta para lograr un posicionamiento optimista y un alto grado de equilibrio emocional.
La envidia, el rencor, la ansiedad hunden su etiología en las comparaciones, en el regurgitamiento de ideas que se recrean en sentimiento ofensivos, en pensamientos inquietantes.
Hay que enseñar a los niños a reconducir el curso de sus ideas, a pensar de manera alternativa, a no cortocircuitarse, a desarrollar habilidades metacognitivas.
Es fundamental educar en el pensamiento creativo, con capacidad crítica, abierto, dialogan, positivo, con el que no se ofende, con el que sonríe, con el que se inyecta ilusión y agradecimiento por vivir, por conocer a los otros.
Desde luego, el hombre deja de comportarse como tal cuando emplea la inteligencia sin sensibilidad. Se trata de buscar no la perfección, pero sí la mejora de sí mismo; ha de adornar su vida de afecto, de perdón, de razón y de sinceridad.
En el caso de los niños, hay que educarlos en la tolerancia de las frustraciones y en la capacidad para diferir gratificaciones. Exigirles colaboración en las tareas domésticas, fomentar las labores prosociales, retomar el sentido de conceptos como voluntad, esfuerzo. Deben saber enfrentarse con la tristeza, con el aburrimiento.
A veces se educa al niño para capacitarlo intelectual y formativamente, pero nos olvidamos de enseñarle a dar respuesta a los problemas emocionales.
Al niño hay que educarlo para que sea mejor, no el mejor.
No estamos programados para ser felices, sino para sobrevivir.
La vida feliz no es una suerte o un don, es una herencia educativa y un logro personal en relación con los otros.
Podemos influir en parte en nuestro destino. Equilibrando razón y afectos. Escapando de la rutina. Asumiendo que los días son irrepetibles e irrecuperables. Dotándonos de un objetivo y una motivación.
La psicología evolutiva ha señalado ya hace tiempo la importancia, para el bienestar y el desarrollo pleno, de la armonía afectiva.