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Mi hijo tiene 6 años y todo se lo tenemos que hacer nosotros. ¿Por dónde empezamos para fomentar su responsabilidad y autonomía personal?
En este caso que comentan la situación seguramente no es nueva y han confluido tanto la comodidad del niño como cierta sobreprotección por su parte. Lo cierto es que deben cambiar esta situación porque no es beneficiosa para su hijo.
Para ello aconsejamos:
1º. Tomen la decisión con seguridad y acuerdo entre la pareja de que van a desarrollar la autonomía de su hijo desde ahora.
2º. Seleccionen dos hábitos de los más básicos que el niño no tenga adquiridos y que no requiera unas condiciones especiales. Por ejemplo, “vestirse por la mañana” necesita un tiempo extra y es demasiado exigente para comenzar. Seleccionen solo dos hábitos, no pretendan ahora que el niño adquiera todos a la vez.
3º. Una vez seleccionados, decidle al niño con cariño, confianza y con firmeza que a partir de ahora lo tendrá que hacer él solo.
4º. Enseñadle lo que tiene que hacer y ponedlo a practicar, elogiándolo especialmente al principio.
5º. Supervisar que lo hace solo y corregidle si no lo hace correctamente.
6º. Si se niega, no negociar y no dadle alternativa, debe hacerlo: ser constantes en la exigencia y adoptar las medidas de retirada de privilegios y sobre corrección.
7º. Cuando sea capaz de realizar lo encomendado elogiadlo. En diez días debería estar adquirido, de todas formas continuad siendo constantes para que se convierta en un hábito.
8º. Elegid junto con el niño otra conducta y utilizad el mismo procedimiento. Poco a poco el niño se sentirá más confiado y todos más satisfechos.
Cómo estimular la autoestima
Posted 14 octubre, 2013
on:La autoestima de las personas, incluyendo a los niños, depende de la correspondencia entre la visión que se tenga de uno mismo y la imagen ideal de cómo se quiere ser o qué cualidades le gustaría a uno tener; cuando estos dos polos están cerca, se tiene buena autoestima.
Los niños se enfrentan todos los días a retos: el colegio, los amigos, las notas, el deporte… algo que para un adulto puede pasar desapercibido, pero que no hay que minusvalorar, pues para un niño estos ámbitos son determinantes; los niños viven en un mundo en el que las pequeñas cosas se magnifican, a pesar de la visión lúdica que puedan tener de éste.
Cómo fomentar la autoestima del niño
Por ello, algún problema en el colegio, con los amigos, o ver que no se es bueno en algún deporte, puede mermar la autoestima del niño. Ante ello, los adultos deben ser receptivos para advertirlo y procurar ayudarle a que cambie. ¿Cómo?
– Desarrolla su sentido de la responsabilidad: logra que se comprometa contigo a realizar alguna tarea, y exígele luego verla cumplida.
– Implícale en la toma de decisiones cuando se dé algún problema doméstico, mostrando que tienes en cuenta su opinión y las soluciones que proponga; le hará sentir valorado y competente.
– Prémiale cuando cumpla las tareas que habéis acordado o haga algo positivo aunque no se lo hayas pedido; así reforzarás su buena conducta y le estimularás para que sea proactivo y no se limite a hacer lo que se le manda.
– Procura que aprenda a resolver sus propios problemas: implícate en su proceso de toma de decisiones y guíale, pero no le des la solución.
– Ayúdale a ver sus fallos como oportunidades para aprender y mejorar y estimúlale para que lo haga. Puedes hacerle preguntas como ¿qué crees que has hecho mal? ¿cómo puedes mejorarlo para que no vuelva a suceder?
– A la hora de hacer críticas, hazlas de tal manera que el niño vea que la crítica recae sobre algo y no sobre él; dile que te entristece un mal resultado en un examen, en lugar de decirle que es un mal estudiante. Él verá por sí mismo que es el responsable de lo que ha sucedido.
– No hagas comparaciones entre sus actos y los de sus amigos o hermanos.
– La principal fuente de autoestima en los niños es el trato que recibe de quienes le rodean: familiares, profesores, amigos Por lo tanto es fundamental que reciba todo el cariño de sus padres, pero sin que caigáis en la sobreprotección.
La gratitud es vida
Posted 10 agosto, 2013
on:Y es que la conciencia, la cultura, la expresión oral, la moralidad son conceptos profundamente humanos. Como lo es la letra de la canción que dice: «Todo lo estropeo diciendo alguna estupidez como por ejemplo: yo te quiero».
Los seres humanos siempre tenemos algo que decir para que los demás lo celebren o perdonen. La verdad sólo se da en la comunicación ante el espejo o ante los demás. Porque nuestra especie tiene la exclusiva de la culpa, de la vergüenza y del rubor que dejan la intimidad a la intemperie.
Con el ejercicio de la inteligencia, con su esfuerzo, se alcanzan la calidad, las actividades sublimes como el arte o la ciencia, que no progresaría sin la piedra de toque que es el fracaso.
Somos animales que, más que competir, cooperan. Racionalizamos las emociones desde los otros, desde sus obras de teatro, sus baladas, sus cuadros, sus poemas, sus esculturas, sus escritos, sus películas, que traslucen el sentir «de los otros».
No soslayamos que entre nosotros hay analfabetos emocionales. Permítame en este punto preguntarle: ¿desde cuándo no disfruta de una puesta de sol?
Kant dejó escrito que únicamente dos cosas le producían vértigo en sus meditaciones: la contemplación de la noche estrellada y el abismo de su conciencia.
Todos miramos como niños cuando intuimos chispazos de sabiduría. Sí, nuestro corazón late ante la bella sorpresa al compás de nuestra infancia.
Siempre creemos que nos queda el mañana, por lo que imaginamos proyectos que realizamos desde el lenguaje, también interior.
«Podrán cortar todas las flores -se decía en la primavera de Praga-, pero no podrán impedir que llegue la primavera».
No podemos renunciar al universo creativo, a la libertad, como no podemos renunciar a la condición humana.
Creo que el ser humano se caracteriza por el respeto a sí mismo, por ponerse en los «zapatos psicológicos» del otro, por compartir la sonrisa, pro mostrar ternura, por llegar a odiar y a perdonar. Por eso y porque entendemos que la herramienta fundamental de la persona, junto a su lenguaje y la percepción de trascendencia, es la cultura heredada y el ámbito educativo que no tiene paredes, ni lugares, es por lo que consideramos que el reto de este mundo es formar desde la infancia en la dignidad humana y estimular a los adolescentes a involucrarse en su propio proceso de desarrollo prosocial.
Los niños y los no tan niños hemos de desarrollar y controlar los pensamientos, sentimientos y conductas; reconocer nuestras emociones, capacitarnos para encontrar alternativas ante conflictos y problemas; desarrollar un sistema de detección de errores en la forma de razonar de uno mismo y de los demás; erradicar las ideas cortocircuitadas; imaginar soluciones válidas; anticipar las consecuencias de los actos; fortalecernos en verdaderos e indiscutibles valores, y fomentar la coherencia.
En nosotros mismos y en el contacto con los demás hemos de pulir las emociones y sus manifestaciones; ya que no siempre podemos decir lo que pensamos, pensemos siempre lo que decimos.
Mediante los sentidos percibimos la vida, que transformamos en emociones que transmiten el dolor, la alegría, la belleza o el zarpazo que la conforman.
Le confesaré que siempre me ha producido desasosiego la risotada compartida en el circo ante la desgracia del payaso.
Por el contrario, creo en la palabra próxima, aterciopelada, que acaricia, y en la contemplación sentida del arte, ya sea obra del hombre, o de quien creó este inagotable universo.
El viento, el agua, los árboles, también componen música.
Pero ningún ser como el humano atisba la sabiduría mientras se balancea en la duda; posee una infancia dilatada, en ocasiones de por vida; dispone de capacidad simbólica, de abstracción, de transmisión de cultura. Humanos que nos miramos, hablamos, besamos y queremos de frente; que caminamos erguidos; que podemos girar sobre nosotros mismos; que anticipamos la muerte; que construimos representaciones complejas del entorno, de ideas; que soñamos. Seres que jugamos; que poseemos un lenguaje con una extraordinaria paleta cromática para comunicarnos, prevaleciendo la risa compartida que no conoce de fronteras. Personas que comemos de todo, poseemos una actividad sexual permanente, deseamos conocer y aprender, somos grupales, cooperativos, autocríticos, disponemos de manos con el pulgar en oposición, somos capaces de creernos cuasi dioses y al instante siguiente poco más que nada.
Pensamos y sabemos que al hacerlo es habitual que nos equivoquemos aun intentando eludir el error, y sonreímos como lo hicimos al nacer, aun antes de hablar, porque necesitamos como el aire la interacción social.
Siempre estamos aprendiendo a conocer y a ser. Nada posiblemente tan fascinante como observar a los niños construir su identidad, el concepto y la vivencia del otro. Más tarde contemplar al adulto que aprecia sus juicios de valor, su concepto del «yo», del «nosotros», en relación con el «tú», el «vosotros» o incluso el «ellos». Cómo proyectan sus destinos y moldean sus vidas.
Goleman define la identidad emocional como «el conjunto de habilidades entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo».
La emoción que incluye el amor y el poder mueve el mundo e impulsa el crecimiento personal. Bien equilibrada trae felicidad; desequilibrada acarrea angustia y desesperación.
Quien genera estados emotivos artificiales mediante muletas como la droga fracasa inexorablemente. Otros corren en busca de la felicidad, pero sin definirla, sin anticipar los pasos que han de darse para alcanzarla; se extravían, no la reconocen. Algunos fortifican su autoimagen, su autovaloración y oscilan entre lo patético y lo peligroso.
Claro que es fundamental cómo nos sentimos con y en nosotros mismos. Nuestra autoestima es determinante, así como conocer nuestra naturaleza, forjar el concepto de voluntad, al tiempo de sentir la culpa, el remordimiento, la compasión. Pedir perdón, ser perdonados. Todo ello ayuda a examinarnos, a no tomarnos tan en serio a nosotros mismos, a saber que no somos tan importantes para que el mundo gire. Desde la humildad objetiva podremos esforzarnos por mejorar ante los demás, pero sobre todo ante nosotros mismos.
Nos pasamos la vida jugando al «cu-cú, tras-trás», escondiéndonos, apareciendo, sorprendiendo, sorprendiéndonos, o practicando el juego de la empatía, imaginando cómo me siente y percibe el otro, intentando influir sobre él dando una buena imagen.
Cualquier niño pequeño se oculta tras un paño y cree que el resto ha desaparecido.
Tenemos la ardua tarea de explorar las profundidades de nuestra alma, de auscultuar el pulso incesante del universo.
Hemos de «purificarnos», pasar por el fuego nuestro entendimiento y nuestros sentimientos. Buscar un sólido anclaje. Contentarnos con lo necesario y retomar la austeridad.
En ocasiones podemos sentirnos incómodos con nosotros mismos, pero no destruyamos nuestra ilusión ni la de los otros. Esto es un pecado, como robar algo tan humano como el tiempo.
Esencial, la armonía. Ingredientes: la alegría, el silencio, la elegancia sutil, lo extraordinario; no buscar la vida feliz, sino disfrutar de la felicidad de la vida; sensatez, compartir inteligencia; percibirnos sin sombras.
La vida es lo que es y no se puede obtener de ella algo distinto, ni estirarla; cabe la intensidad, el proyecto futuro y revivir lo ya acontecido.
En el devenir, el toque lúdico resulta esencial. Como el arte de viajar o de deleitarse con el tiempo desnudo de horas. No podemos perseguir los acontecimientos, desbordarnos por los sucesos, desequilibrarnos como los principiantes que se tambalean sobre los patines.
«Atrévete a pensar», un lema ilustrado que exige madurez y equilibrio con la inteligencia sentimental. Sobre estos carriles se conduce el comportamiento humano.
Desde el pensamiento prosocial poseemos derechos y deberes que se reconocen en los demás.
Podemos ser aplaudidos, sancionados, animados, convencidos, premiados; más allá está el deber. No se olvide.
No todo vale; si se llega a confundir el bien con el mal, la educación no tendría cabida y arrasaríamos la dignidad humana.
Nos poseemos. Somos libres.
Generalmente se ha identificado la autoridad con el hombre y la afectividad con la mujer. Pero ambos criterios no son separables y deben darse en toda persona, pudiendo el niño recibir del padre tanto su firmeza como su cariño, así como de la madre su ternura y sus criterios, estables y firmes, que defiende y hace cumplir las normas, sin la necesidad del apoyo del padre.
De este modo, es importante que ustedes como padres comprendan su papel educativo (en todas las edades) mientras los hijos están bajo su tutela y no son independientes. Deben asumir el papel no de amigos o “colegas”, que no lo son, sino de padres amistosos, dialogantes, que tienen como responsabilidad la educación de los hijos, la transmisión de unos valores con los que, en muchas ocasiones, deberán enfrentarse con autoridad, aceptando o rechazando el comportamiento de los hijos y argumentando siempre el porqué del rechazo pero exigiendo el cumplimiento de unas reglas de juego establecidas con anterioridad, lo que no empobrecerá las relaciones afectivas, sino que, al contrario, las hará más firmes.
Recuerde
La autoridad está basada en:
- La responsabilidad que tiene como padre ante sus hijos y la sociedad.
- Sus obligaciones de enseñar, educar, formar y corregir.
La autoridad se ejerce:
- Con respeto por el otro.
- Con cariño y con la comprensión de que nadie nace enseñado.
- Con el razonamiento ajustado a la edad del niño.
No confundir autoridad con autoritarismo. El autoritarismo esta basado en:
- La ausencia de razonamiento.
- La imposición
Tenga cuidado con la sobreprotección. Puede provocar en el niño:
- Falta de responsabilidad.
- Falta de seguridad.
- Falta de autoconfianza.
- Falta de autoestima
- Falta de habilidades.
Aunque la mayoría de los padres tienen una tendencia natural al sobreproteger a sus hijos, es necesario que, a medida que vayan creciendo, se empiece a estimular su independencia.
Es importante que sepan que sus acciones siempre tienen unas consecuencias ya sean positivas (premios, felicitaciones…) como negativas (castigos). De esta manera adoptarán una actitud más reflexiva y consecuente.
No debemos evitar a toda costa que los niños vivan situaciones complicadas. El hecho de afrontarlas por sí mismos estimulará su autoestima y les hará más fuertes.
Tampoco es conveniente adelantarse a sus demandas o darles todo aquello que pidan. Saber esperar y tolerar la frustración son dos grandes enseñanzas que les ayudarán en la vida.
Para fomentar su independencia, es interesante que asuman responsabilidades adecuadas a su edad.
Saber decir «no»
Posted 18 julio, 2012
on:A veces el niño se encuentra ante una situación en la que no quiere o no le apetece participar. Tiene que aprender a decir «no».
Para ello los padres deben ayudarlo y fomentar la comunicación y su autoestima, y dejarle bien claro cuáles son las consecuencias de su comportamiento.
Hay que ayudar a los hijos a que encuentren soluciones.
La paga
Posted 15 julio, 2012
on:El manejo del dinero puede ser positivo para la responsabilidad, la autonomía y el proceso de toma de decisiones.
Puede darse una «paga» a partir de los 8 ó 10 años, pero siempre conviene ser restrictivo.
Se le puede enseñar a ahorrar regalándole una hucha, donde irá metiendo su paga o la parte de ella que no se gaste.
Debemos aclarar lo que pueden comprarse con ese «dinero de bolsillo».
También puede dejarse una cantidad que el niño gane con su esfuerzo en actividades preestablecidas o por consecuciones alcanzadas (refuerzos que no deben sustituir o solapar las obligaciones del niño).
Autonomía y responsabilidad
Posted 30 marzo, 2012
on:Educar es ayudar al niño a que sea independiente, autónomo, pueda valerse por sí mismo y sepa tomar decisiones. Debe aprender a aceptar las consecuencias de lo que hace, piensa o decide. La responsabilidad se va adquiriendo. Es muy importante el ejemplo de los adultos y la aprobación social que se dé al niño, pues le sirve de refuerzo.
Entrevista de Anne Declèves
Los niños necesitan conquistar su autonomía para construirse bien… pero progresivamente, a su ritmo. La psicoanalista Etty Buzyn nos advierte contra la tendencia de nuestra sociedad a empujar a crecer a los niños demasiado pronto, demasiado rápido. Y ayuda a los padres a encontrar el compromiso adecuado para que el niño logre el objetivo de alcanzar su autonomía.
¿El niño tiende naturalmente a la autonomía?
El niño está programado genéticamente para convertirse en un individuo completo y autosuficiente. Durante el primer año de vida, el bebé es totalmente dependiente. Cuando empieza a andar, manifiesta por primera vez su deseo de independencia. Desplazarse le permite no sólo descubrir su entorno, sino también tomar distancia respecto de las personas que se ocupan de él. Los tres años marcan otro punto de inflexión. El niño tiene ya plena conciencia de sus posibilidades y quiere probarlo todo.
¿Adquirir autonomía es fácil para todos los niños?
No. A algunos les cuesta más, les produce angustia. Por eso es necesario darles mucho amor y atención para tranquilizarlos. El niño que siente que está recibiendo lo suficiente de sus padres asumirá más fácilmente las separaciones, que son la base de las autonomía. Después, los padres deben acompañar a su hijo en su búsqueda de independencia. Lo más descorazonador para un niño es la diferencia. Necesita que sus esfuerzos sean valorados, la mirada de sus padres. Para darle confianza y animarlo no hay que hacer las cosas por él, sino estar a su lado mientras las hace él solo. Así estará mejor preparado para afrontar el colegio, donde va a tener que existir por sí mismo en medio de un grupo, desarrollar sus propias capacidades y defenderse si es preciso. En definitiva, los padres deben establecer límites: lo que está permitido, lo que es negociable y lo que está prohibido. Porque adquirir autonomía también es saber aceptar las reglas.
¿A qué edad debería estar preparado un niño para llevar a cabo sin ayuda ciertas actividades cotidianas como lavarse, vestirse u ordenar su habitación?
¿Realmente es un problema que un niño no consiga vestirse solo hasta los 6 años, en lugar de hacerlo ya a los 4? Los padres pueden sugerirle que lo intente, decirle que sería estupendo que lo lograra, pero cada niño tiene un ritmo diferente que conviene respetar.
Usted opina que los niños, cada vez más, se ven empujados a una autonomía demasiado precoz…
Es un fenómeno que observo desde hace algunos años. La presión del mundo profesional, la separación de las parejas, hacen que los padres estén a veces poco presentes. Hoy se pide demasiado a menudo a los niños que se ocupen de sí mismos, que maduren lo antes posible, que sean “operativos”. Y no por su propio interés, sino para compensar una falta de disponibilidad de los adultos a su alrededor. Un niño que pasa ocho horas al día en el colegio, donde las reglas son estrictas, tiene además, en casa, que comer como es debido, jugar sin hacer ruido, recoger su habitación sin discutir y acostarse dócilmente. Yo recibo en consulta a niños que están saturados, porque se exige demasiado de ellos. Y lo manifiestan a través de problemas de alimentación, de sueño, regresiones… El niño es una persona, no una persona mayor. Necesita su tiempo para pasar de una etapa a otra.
A la inversa, en una sociedad muy preocupada por la seguridad, algunos padres son muy protectores…
Demasiada protección puede impedir al niño probar su iniciativa, liberarse. Lo pasa mal y le cuesta enfrentarse a las cosas. Llora cuando tiene que ir al colegio y es incapaz de defenderse. Hay que decir que, a menudo, son las madres las que frenan, por miedo, el deseo de independencia de sus hijos. Los padres pueden desempeñar en ese caso un papel importante, para deshacer la “fusión” entre madre e hijo. En interés del niño, hay que encontrar la distancia adecuada: saber estar presente dejando un espacio de libertad donde pueda vivir sus propias experiencias.