Escuela de Padres

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En los últimos años las parejas han ido modificando poco a poco sus roles: han disminuido las tareas domésticas que realiza la mujer y aumentado las que realiza el hombre. Aun así, todavía estamos muy lejos de un reparto equitativo. Y esto en lo referente a las tareas del hogar, pero hay otras responsabilidades en las familias que hay que repartirse. Y he ahí el quid de la cuestión: ¿cómo realizamos ese reparto sin que haya conflictos en la pareja?

La respuesta siempre pasa por la negociación. No se trata de imponer a nadie que realice o no diferentes labores, sino de que las partes lleguen a un consenso para realizar las tareas con cierta satisfacción. Un reparto igualitario genera unas relaciones interpersonales igualitarias y, por tanto, placenteras con disminución de tensiones y conflictos. Esto quiere decir que el reparto debe hacerse entre todos los miembros de la familia, incluidos los hijos, adaptándonos a su edad y circunstancias.

A continuación damos una serie de consejos sobre cómo repartir tareas minimizando la probabilidad de conflictos: 

Elección del momento

Elegiremos un momento de la semana en el que estemos distendidos, sin prisas y con buena disposición. 

Creación de la lista

Debemos elaborar una relación de todas las responsabilidades que hay en la familia.

Reparto inicial de tareas

Una vez hecha la lista, cada miembro de la familia escogerá aquellas tareas que le guste hacer y aquellas que odia (de forma individual) y luego las pondremos en común. Aquellas tareas que solo haya elegido un miembro de la familia quedarán asignadas inmediatamente a ese miembro, si no hay objeción por parte del resto. Y con el resto de las tareas haremos lo siguiente: 

  • Las tareas que impliquen pasar tiempo con los hijos se repartirán de forma equitativa para garantizar que el tiempo que se pasa con los niños es igualitario y, de paso, mejorar las relaciones paternofiliales.
  • Las tareas que cada uno odia, si no coinciden, se asignarán a algún miembro de la familia que no las haya incluido en su lista negativa. Si coinciden, se asignarán por turnos semanales para que el peso de la tarea se reparta por  igual.
  • Las tareas que queden sin asignar una vez repartidas las preferidas y las odiadas se presentarán en una lista aparte.

Control de horarios

Este es un aspecto muy importante que a veces se olvida. Al final, el tiempo de trabajo (fuera y dentro del hogar, incluidas las clases) y el de ocio también tienen que ser equitativos. Es decir, que si un miembro de la familia trabaja fuera 4 horas y el otro 8 horas, el reparto de tareas debe tener esto en cuenta, de tal forma que al final ambos tengan el mismo tiempo empleado en responsabilidades. Por tanto, una vez realizada la primera distribución debemos sumar las horas invertidas en trabajos externos y en responsabilidades ya repartidas. Con la suma final repartiremos la última lista de responsabilidades (la de aquellas que nadie ha elegido) de forma equitativa, hasta que no quede ninguna tarea en la lista.

Más que complicado, el proceso quizá es tedioso. Pero hay que pensar que solo se lleva a cabo una vez (al implantarlo) y que se modifica según se produzcan cambios en los horarios de los miembros de la familia. Con una buena disposición, las relaciones familiares mejorarán y se dispondrá de más tiempo para disfrutar todos juntos dentro y fuera del hogar. ¡Ánimo!

Noemí Fernández Cuevas

psicóloga y directora de ISEP Clínic Granada.

Aunque los adultos solemos considerar las tareas domésticas como algo desagradable o tedioso, la mayoría de los niños quiere estar en el lugar donde estemos nosotros y ayudar para sentirse útiles y mayores. Por ello, en los primeros años es cuando hay que reforzar esta predisposición al trabajo.

Mucha paciencia

Seguro que al principio, las tareas realizadas por el niño nos entorpecen más que nos ayudan, pero a la larga nuestra paciencia tendrá su recompensa. Si les decimos que nos estorban o les regañamos porque utilizan la toalla del lavabo para limpiar el WC, pronto renunciarán a realizar estas tareas. Por el contrario, aunque los niños suelen imitar todo lo que hacen sus padres, debemos explicarle en qué consiste el trabajo, enseñarle a hacerlo la primera vez, ayudarle o supervisarle las siguientes si es necesario y enseñarles posibles trucos.

Recompensar el esfuerzo

Es importante comenzar por tareas sencillas y gratificantes; demostrarle entusiasmo, elogiarle y valorar su ayuda para que se sienta bien, pero sin exageraciones. Seguro que le satisface sentirse competente y contribuir al bienestar de todos, y además es una forma de aumentar su autoestima. Algunas de estas primeras tareas podrían ser: recoger los juguetes, vaciar la papelera, barrer con un cepillo, poner la ropa sucia en el cesto o llevar el plato vacio al fregadero después de comer. La dificultad se incrementará a medida que aumentan sus capacidades, pero seamos realistas con las expectativas y procuremos que al principio no manipule objetos frágiles o caros.

Grata compañía

Podemos designar un día concreto para realizar ciertas tareas o asignar una tarea diaria a cada niño, pero lo primordial es realizar las tareas todos juntos para que sean cooperativos cuando crezcan. El hecho de establecer un objetivo común hace más agradable el trabajo. Si hablamos, cantamos, escuchamos música o inventamos algún juego mientras que realizamos las tareas (por ej. terminar antes de que acabe la canción), el trabajo puede resultar más divertido y le transmitiremos una actitud positiva hacia él.

Cuando no colabora

No es de extrañar que en algún momento se niegue a ayudar, sobre todo si quiere ponernos a prueba. Se pueden utilizar razonamientos sencillos para que comprenda el por qué hay que realizar las cosas (“si los juguetes están por el suelo nos podemos tropezar o se pueden romper si los pisamos”, “si terminamos las tareas ahora, tendremos tiempo libre para jugar”, etc.). También sirve de ayuda ofrecerle alternativas (“hoy vamos a ordenar tu cuarto ¿quieres empezar por los cuentos de la estantería o vistiendo a los muñecos?”), utilizar juegos -como ya hemos comentado- (“fijar un tiempo para hacer algo con un cronometro”) o recurrir a la paciencia o el buen humor.

Virginia González. Psicóloga y maestra

Quinto hábito: colaborar con los demás para mejorar y cuidar el entorno.

Es preciso conservar en buen estado lo que nos rodea, lavar y planchar nuestra ropa, hacer la compra, cocinar, arreglar lo que no funciona, etc. Pero es bastante frecuente que consideremos un estorbo al niño en la cocina o que evitemos darle alguna tarea porque necesitamos resolver con rapidez o precisión y, lógicamente, nadie lo va a resolver mejor que yo. Después de una larga infancia, en la que evitamos que el niño o la niña ponga “las manos en la masa”, pasaremos a la adolescencia en la que nos indignará “que no salga de él o de ella echar una mano”. Pero no cabe duda al respecto, es “el hábito el que hace al monje”.

Ahora desde los seis años, todos los días, debe aprender, en primer lugar, a mantener ordenado su espacio más personal: su habitación. También es preciso que participe en otras tareas como el resto de las personas que viven en casa. No puede ser tan eficiente como una persona adulta, naturalmente, pero poco a poco lo será.

Cuando colaboran, no es necesario regalarles dinero, ni prometerles un juguete o una golosina. El solo hecho de realizar la actividad es reforzante en sí misma, pero especialmente, es el sentimiento de eficacia que se deriva de realizarla y la observación de las consecuencias, lo que constituye la recompensa por realizarla.

Educar, ayudando a crear el hábito de la colaboración, es la mejor manera de que se desarrollen no sólo habilidades específicas que le ayudan a conseguir su autonomía, sino de que se sienta útil, con un papel en el mundo muy pronto y que valore la cooperación como medio principal para lograr metas complejas. Colaborar en casa, se una forma de valorar el trabajo en equipo y de desarrollar valores prosociales. Esta motivación también le protegerá respecto a los problemas derivados del consumo de drogas.

Todo el mundo sabe lo que es el CI, pero ¿qué significa CH? ¿Qué es el Coeficiente del Hogar y cómo se mide? El coeficiente del hogar es un indicador del nivel general de apoyo para el desarrollo en cualquier hogar.

Se ha escrito tanto últimamente sobre el papel de los padres en el desarrollo de sus hijos que resulta fácil convertirse en una persona demasiado preocupada y temerosa de que algunos pequeños errores en su comportamiento conduzcan a consecuencias desastrosas. Naturalmente es importante tener en cuenta que, como padres, somos los primeros responsables del desarrollo de nuestros hijos, después de todo les hemos dado los genes y su primer entorno físico y psicológico. Pero no debemos temer que un arranque de ira, un descuido en la hora de recoger al niño de la guardería o un comentario negativo le produzcan daños permanentes. Dichos temores pueden disiparse al reconocer que el ambiente familiar ejerce su influencia como un todo y no como trozos aislados de experiencias.

¿Pero cómo se mide este paquete total de experiencias? ¿En qué consiste? En los últimos 30 años se han llevado a cabo infinidad de estudios sobre las posibles formas de evaluar la calidad del hogar de manera objetiva y de identificar los aspectos del entorno familiar relacionados con el desarrollo intelectual y social de los niños. El método más ampliamente usado en estos estudios es el llamado Inventario HOME: Home Observation for Measurement of the Environment (Observación del Hogar para la Medición del Entorno). Mi colega Robert H. Bradley y yo desarrollamos dicho método y hemos participado en muchos de los estudios a los que me refiero. Pero también lo han aplicado cientos de profesionales con distintas culturas en todo el mundo. Esta investigación mundial ha mostrado claramente que se pueden identificar en los entornos familiares algunos componentes que facilitan el desarrollo de los niños. Examinémoslos:

Estimulación. De esto es de lo que más se habla, y, obviamente, es importante. Son primordiales la estimulación del lenguaje mediante la conversación y la lectura, la enseñanza de canciones y juegos, la imitación de comportamientos maduros y, a veces, la estimulación para el aprendizaje de elementos como el abecedario, los colores, los nombres, las direcciones, etc.

Receptividad. Responder a las preguntas de los niños es tan importante como estimularlos, si no lo es más. Nuestras respuestas les dan pistas a los niños sobre lo que valoramos. Los bebés de tres meses mirarán a un adulto que se incline sobre ellos y harán un sonido más o menos así: “grc”. Si el adulto muestra interés, sonríe, le da palmaditas o lo achucha y le dice “grc tú”, es muy probable que el niño siga haciendo ruidos. La respuesta del adulto le dice al niño “me gusta que hagas ruidos”. Si el adulto no le presta atención, tras unos cuantos intentos, el bebé desistirá. Un bebé al que alzan cuando llora aprende que este comportamiento tiene un efecto. Ese bebé se sentirá cada vez más seguro y capaz.

Aceptación. Por más que no nos guste, simplemente tenemos que aceptar algunas formas de comportamiento inmaduro sin apresurarnos a castigar al niño. Muchos padres se preocupan porque creen que pueden malcriar a los niños cuando éstos dan muestras de mal comportamiento o si no cumplen con las regalas, pero la imperfección es una característica de la falta de madurez y aceptarla es muy importante para obtener un CH alto.

Materiales de aprendizaje. Hace mucho tiempo me hice colaborador de la página web de Fisher-Price e hice mucho énfasis en la importancia del desarrollo de juguetes apropiados y materiales de aprendizaje. Todos los estudios que realizamos con el método HOME demostraron la importancia de este aspecto. Los juguetes que mejoran la coordinación entre las manos y la vista, la coordinación de los músculos largos y los cortos y la habilidad para clasificar y ordenar; los que proporcionan calidez y comodidad; y los que ayudan a estimular la capacidad de explorar y la creatividad son primordiales para un desarrollo óptimo.

Fomento de la madurez. Junto con la aceptación de la inmadurez, los padres tienen que animar al niño para que asuma gradualmente comportamientos más maduros: la capacidad de posponer la diversión, la de aceptar el hecho de que los demás también tienen necesidades, la de aceptar responsabilidades, la de aprender a comportarse y la de sentirse cómodo fuera del entorno familiar cercano.

Organización. Los hogares con un CH alto tienen un nivel razonable de organización sin llegar a la falta de flexibilidad. También disponen de un ambiente físico seguro y cómodo. Por ellos pasan gentes diversas y allí tienen lugar acontecimientos que impiden la monotonía.

Integración familiar. El último, pero en absoluto el menos importante, de los ingredientes del hogar con un CH alto es una familia cordial y bien avenida. Aquí se incluyen, pero sin limitarse a ellas, las familias en que hay un padre y una madre, las que se relacionan con sus parientes y las que emprenden juntas actividades recreativas.

Éstos son los componentes que juntos contribuyen a que el entorno familiar sea mejor, un entorno con un CH (coeficiente del hogar) alto. ¿Por qué no calificas el tuyo puntuando del uno al cinco (con el cinco como puntuación máxima) cada uno de los siete componentes para ver si llegas al menos a 30? Y comprueba en qué aspectos fallas y en cuáles estás bien. Si estos componentes se encuentran en tu hogar, no tienes que preocuparte demasiado por los episodios aislados de comportamientos inapropiados por parte de los padres. En efecto, el todo es mayor que la suma de las partes.

Enseñar a realizar una tarea:

Explicarle lo que queremos que haga de manera clara y comprensible. Ha de ajustarse a una actividad que pueda realizar el niño y de la que tenga los medios necesarios para hacerla.

Dar una sola orden, no repetirla. Se pueden sancionar los olvidos frecuentes para que aprendan a ser obedientes.

Transmitirles seguridad y confianza para que se sientan capaces de poder hacerlo. Si se equivocan, hay que ayudarlos en su aprendizaje con mucha paciencia, pero nunca se debe hacer en su lugar.

Se irán adecuando las tareas y el tipo de responsabilidad a su crecimiento.

Dar oportunidades para que el niño elija hacer una u otra actividad o lo que surja en cualquier otro momento (ropa, juegos…). Una vez hecha la elección, ha de llevarla hasta el final y no se le deben permitir conductas caprichosas. H de experimentar las consecuencias de una elección equivocada. Buen momento para aprender a aceptar la frustración y ausmir las consecuencias de sus actos.

Al terminar la tarea se ha de valorar lo que ha hecho mediante muestras de afecto y satisfacción.

Si no acaba la tarea o no está bien realizada, hay que valorar su esfuerzo e indicarle en lo que puede mejorar, animándolo a que lo intente de nuevo y transmitiéndole confianza.

Si se niega a realizar la tarea hay que animarlo a que la haga, ayudándolo si es preciso. Actuar con serenidad, dialogar con el niño y mostrarle las consecuencias de su acción (sanción), o que padezca los efectos naturales de sus decisiones, por ejemplo, pasar frío por no ponerse el abrigo.

Desde los 3 años deberían tener tareas de escasa importancia, como la de ayudar a poner la mesa o vaciar los cestos de papeles; aunque no ahorren mucho trabajo a los padres, éstos no deben hacérselas. A los 7 u 8 años deberían llevar a cabo todos los días tareas de utilidad.

Este tipo de actividades cotidianas sirve también para reforzar el aprendizaje de los niños, como ir a comprar el pan )para manejar el dinero y el cambio), desarrollar la autonomía al prepararse la cartera…

Por otro lado, en la familia cada uno tiene asignadas sus responsabilidades, lo que generará la colaboración de todos.

Es conveniente enseñarles tareas relacionadas con el mantenimiento del orden, pues estructura una personalidad más sosegada y equilibrada, y facilita la convivencia entre todos los miembros. Si bien, no se puede caer en la obsesión por el orden, pero tampoco en ir ordenando lo que otro no recoge.

Hay que tener unas normas básicas de disciplina desde la primera edad para que el niño adquiera costumbres que se convertirán en hábitos.

  • Obedecer a los padres.
  • No pegar.
  • No mentir.
  • No dar malas contestaciones.
  • No gritar al enfadarse.
  • No romper o estropear cosas.
  • No quitar cosas.
  • Respetar los horarios: comida, cena, estudio, juego, dormir.

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