Escuela de Padres

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La adolescencia supone un proceso de maduración personal, una etapa de transición a la vida adulta que comienza con la pubertad y los cambios fisiológicos a los 11-12 años aproximadamente hasta los 18-20 más o menos. Se trata de un período de construcción de la identidad personal, de cambios fisiológicos, preocupación por el físico, por la imagen personal y de necesidad de reconocimiento social.

Piaget habla de un período de operaciones formales, un pensamiento lógico que se caracteriza por el desarrollo de la capacidad de pensar más allá de la realidad concreta, incluyendo ideas abstractas. El adolescente comienza a desarrollar estrategias hipotético-deductivas, de manera que ante un problema, elabora sus hipótesis para comprobar posteriormente si se confirman.

Es una etapa en la que se generan lazos más estrechos con el grupo de iguales, siendo necesaria la integración en un grupo. Las amistades van a contribuir al desarrollo de la personalidad y al proceso de socialización e integración en la sociedad.

El adolescente espera del grupo que le permita el desarrollo de su autonomía, pero una vez que es independiente abandona el grupo porque la noción de autonomía y la de grupo se oponen. Por lo tanto, es normal que el adolescente, llegado el momento, se salga del grupo para comprometerse en relaciones más personales.

Por lo tanto, los adolescentes se van a encontrar con dos grandes fuentes de influencia social en su desarrollo: los amigos que adquieren un papel fundamental en este momento y la familia, especialmente los padres/madres. En este sentido, hay investigaciones que demuestran que las estrechas relaciones positivas, tanto con la familia, como con los amigos, contribuyen a una mejor adaptación social del adolescente.

Los padres y madres deben tener claro, por lo tanto, que se encuentran en una etapa en la que los hijos/as necesitan cariño, afecto, apoyo, comprensión y paciencia ya que, están sufriendo una serie de cambios en su forma de pensar y en su aspecto físico, que en un primer momento, no saben como afrontar y por lo tanto necesitan la ayuda de los adultos. También deben entender que si hay apoyo en el hogar los adolescentes se acercan pero si no lo encuentran, lo buscan en las amistades. Sin duda la intervención de los padres/madres es decisiva y la calidad de relación que se establece o el tipo de disciplina son determinantes.

CONSEJOS PRÁCTICOS

  • Participar en la vida de los hijos/as, fomentando una relación positiva y una comunicación eficaz.
  • Demostrar INTERÉS, amor incondicional y comprensión, estableciendo límites y normas adecuados.
  • HABLAR con los hijos/as sobre las cosas que son más importantes para ellos, aunque nos parezcan temas sensibles o complicados.
  • ESCUCHAR atentamente lo que dicen y ayudarles a relacionarse bien porque serán más felices en el centro educativo y en la vida.
  • Dar oportunidades para tener éxito, ayudándoles a conocer sus puntos fuertes porque el éxito aumenta y desarrolla la autoestima y la seguridad en sí mismos.
  • Conocer y supervisar sus AMISTADES y también las familias.
  • Dar ejemplo de buen comportamiento, valores y principios. Aprender por IMITACIÓN.
  • ESTAR ATENTOS a señales de algún problema. Si no podemos o no sabemos afrontarlo, hay que buscar la ayuda conveniente en el entorno próximo, sin agobiarse, porque todo tiene una solución. Es cuestión de contar con el apoyo preciso y la orientación adecuada.
  • Nunca hay que desanimarse. La adolescencia pasará.

Facilitar la lactancia, reducir el estrés en la mujer y fortalecer el vínculo entre madre e hijo, algunos de los beneficios de esta práctica.

Durante el embarazo, la mayoría de las mujeres anhela tener en brazos a su bebé. Cuando llega el momento, revisa las partes del cuerpo, el sexo y el estado de salud del pequeñito, pero este momento desencadena, además de felicidad, otros beneficios valiosos en la madre y en el bebé.

Lo primero para señalar, según Adriana María Escobar, pediatra de la UCI Neonatal del Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt, «idealmente el contacto piel a piel debe comenzar al momento del nacimiento, al poner al recién nacido desnudo en posición decúbito central (acostado boca abajo), cubierto con una manta caliente, sobre el torso de la madre».

Es un momento que, aunque no puede congelarse en el tiempo, tiene múltiples beneficios; a corto plazo, se convierte en un estímulo para la lactancia, la reducción del llanto y una adecuada termorregulación del bebé, el reconocimiento entre la madre y su hijo a través de estímulos sensoriales, como el tacto, olor y calor; a largo plazo, favorece la continuidad en la lactancia materna para los próximos meses, además de mejorar los comportamientos de afecto y apego de la madre.

Desde la psicología, Alfredo Rojas, subdirector nacional del campo de psicología del desarrollo y ciclo de vida del Colegio Colombiano de Psicólogos, afirma que para los bebés, es determinante esta primera hora de vida al lado de su madre, ya que se reduce la tensión y la ansiedad generadas al nacer.

Este momento es clave para recolectarse rápidamente con su madre debido a que puede percibir su aroma, tener un primer contacto visual y escuchar su voz.

Este es un período sensible que si se rompe, según el doctor Rojas, «consolida un factor de riesgo para el adecuado desarrollo del niño». Además, «gracias a la liberación de oxitocina,  se reduce el estrés producido en el trabajo de parto».

Lactancia y vínculo

El contacto piel a piel durante los primeros meses de vida del bebé favorece que los reflejos de busca se activen de forma natural y asimismo el proceso de succión; por tanto, ambos son estímulos eficaces para el aumento en la secreción de oxitocina en la madre, y de esta manera favorecer la producción de calostro.

En caso de que la lactancia materna no sea posible o esté contraindicada, es necesario evitar la separación de la madre con su bebé. Es importante recordar que el contacto piel a piel además ha generado mejoras en la supervivencia en los niños. En nuestro país, hace algunos años se desarrolló el Método Madre Canguro que, ante condiciones de prematurez en neonatos y ausencia de equipos como incubadoras, se propuso que el bebé permaneciera en contacto con la madre para estabilizar su estado de salud a través del adecuado control de la temperatura del bebé.

Tatiana Quinchanegua

Recientes investigaciones muestran que más allá de la cantidad de neuronas, lo que importan son las conexiones. El estímulo, fundamental.

En su más reciente libro: ¿Cómo funciona el cerebro de los niños?, la psicóloga experta en crianza y temas de familia Annie de Acevedo logró poner en palabras sencillas el mágico mundo del pensamiento y el comportamiento de los niños.

Más allá de las consideraciones científicas, lo que ella logró traducir en este libro son una serie de consideraciones fundamentales para entender a cada hijo en la medida de su mente, porque, como ella lo dice, «cada cerebro es único, y no hay uno igual a otro», por eso recomienda reconocer desde temprana edad las fortalezas de cada niño para potenciarlas.

Y explica cómo se desvirtúa el mito de que un daño neurológico puede ya ser compensado gracias a que se descubrió que si bien venimos con un número determinado de neuronas, son las conexiones y sus activaciones las que permiten recomponer esos daños o potenciar las habilidades.

Hablamos con ella sobre el apasionante tema del cerebro de los niños.

¿Qué es el cerebro?

El cerebro es un órgano perfectamente conformado y los estímulos que se le hagan activan las conexiones, por ello toda intervención que se haga a un niño con dificultades, entre más temprana, tendrá un mejor pronóstico.

El gran descubrimiento (hace pocos años) acerca del cerebro es que es un órgano maleable y con plasticidad, pues antes se pensaba que no se podía recomponer un daño.

Por ejemplo, si se dañaba una parte de la corteza y se perdía movilidad en un brazo, se pensaba que la persona quedaba así. Ahora no, se sabe que si se estimula una parte del cerebro se podría recobrar esa movilidad; no se recuperan las neuronas que se dañaron, pero las de al lado toman la función y hacen nuevas conexiones. Por ejemplo, se sabe de niños a quienes se les ha quitado el hemisferio izquierdo y no pueden hablar, pero luego logran recuperar el lenguaje al activar conexiones cercanas gracias a un trabajo intenso de terapias.

¿Y a qué se refiere la plasticidad?

La plasticidad es la capacidad de cambio. El cerebro no es algo rígido ni duro; era un mito que era una unidad sellada, pero esa creencia no es cierta, porque ya sabemos que todo en este son conexiones. Nacemos con un número determinado de neuronas, pero lo que importan son las conexiones que se logren, y estas se desarrollan por el estímulo que se le dé a los niños.

¿Qué se sabe del cerebro de los niños?

Desde que nacen y hasta los 7 años es la época de mayor maleabilidad y plasticidad del cerebro, por ello en ese momento tenemos una maravillosa posibilidad e intervención y respuestas adecuadas a niños con autismo, por ejemplo. De hecho, existen ya casos de chiquillos que han podido salir de esta difícil situación gracias a una intervención oportuna y adecuada.

¿Por qué ahora sí se ha logrado?

Porque ahora tenemos una nueva visión de cómo funciona y la importancia de integrar todos los sentidos del pequeño. Además, porque también se integra a la familia en este trabajo.

Ahora sabemos, por ejemplo, que un niño con autismo no puede autorregularse para entender el mundo. De alguna manera los estímulos externos entran mal y no logra comprender lo que le pasa.

Para explicarlo mejor, pensemos que un niño en esta condición recibe los estímulos como sonidos, olores, voces, texturas, pero que entran por una carretera destapada, llena de piedras; el niño no sabía cómo comunicar lo que sentía porque esas sensaciones no logran llegar al cerebro de forma adecuada, es como si el carro se quedara en la mitad de ese camino, bloqueado.

Por ello, desde hace 10 años se entendió que eran niños aislados, porque antes se pensaba que era una enfermedad psiquiátrica, ahora se sabe que es neurológica, y se determinó que hay una serie de conexiones que no se han hecho entre el lóbulo frontal y el sistema límbico que es el que maneja las emociones.

Lo que se hace es quitar piedras en ese camino destapado y lleno de rocas, a través de las terapias, con ello logran regularse y comunicarse mucho mejor.

¿Todo en el cerebro viene programado genéticamente?

En general sí, venimos programados para hablar, caminar, etc. Pero no para leer ni escribir, eso es algo que la civilización lo ha ido puliendo. Fíjese que los árabes escriben de derecha a izquierda, nosotros lo hacemos al contrario, es una herramienta que se aprende.

Sin embargo, cosas como leer o escribir, incluso los idiomas, se aprenden en esos primeros años, pues es la época de hacer conexiones neuronales a través de los estímulos, estos se entrenan sin problemas.

Ahora, tampoco venimos programados para las matemáticas, el cerebro entiende las proporciones y la cantidad, pero la sofisticación de las matemáticas se aprende, se adquiere por estimulación.

Los artistas vienen genéticamente programados, es decir, ¿el hijo de un buen dibujante también lo será, el de un cantante también?

Hay unas conexiones, una tendencia que viene incorporada en ese cerebro, pero deben activarse. Son como bombillos apagados que debemos prender con estimulación.

¿Qué pasa en el cerebro de los niños normales?

Los niños normales también necesitan estimulación para activar las conexiones. Por ello es tan importante que tengan buenos modelos y en el momento oportuno. Se sabe, por ejemplo, que la niña que fue criada por simios no logró hablar, solo pudo emitir sonidos, porque se pasó el tiempo de estimular su lenguaje

Todos necesitamos la estimulación para activar lo que viene genéticamente programado. El niño modela, aprende por imitación por eso necesita buenos modelos para activarlo.

Existe la sobreestimulación, ¿es cierto que ponerlos en tantas actividades puede también ser nocivo para el cerebro de un niño?

Al meterlo en tantas cosas termina atropellado. La idea es maximizar su potencial, pues a veces menos es más. Por ejemplo, meter a un niño en clases de tenis a los 5 años no lleva a nada, pues no hay relación mano-ojo aún.

Entonces, ¿cuál es la recomendación para los padres en esto de la estimulación adecuada y suficiente?

La balanza está en conocer al hijo. Viendo qué le gusta al niño para saber con qué disfruta. Si usted ve que su niño tiene una habilidad para la bicicleta, hay que meterlo en algún deporte relacionado. O si es my verbal, meterlo en clases de idiomas es el camino. En definitiva, es conocer el cerebro del hijo de uno. Cuáles son sus fortalezas y cuáles son sus debilidades.

Hoy se trabaja desde la fortaleza, no desde la debilidad, eso se hacía antes tratando de corregir su problema, pero nadie se acordaba de decirle lo bueno que era para muchas cosas. Esa es ahora la premisa, trabajar desde lo que puede hacer bien, para mejorarlo. Porque si no se forma un mal concepto de sí mismo.

Y los papás que quieren que sus hijos hagan lo que ellos no pudieron, cómo decirles que el niño no va a hacer lo que él no pudo hacer.

El niño va a ser lo que él va a ser. El cerebro es como una cara, no hay uno igual a otro. Hay caras parecidas, lo mismo pasa con el cerebro, es único e irrepetible y por eso hay que respetarlo. Hay que aceptar que los hijos no son perfectos ni son iguales y trabajar sobre sus fortalezas.

¿Y las debilidades?

Se trabajan con métodos de compensación; una buena educación es suplirle al niño las debilidades con las fortalezas, esa es la clave.

¿La inteligencia viene determinada?

Ese es el gran dilema. Después de 37 años que llevo trabajando con niños y con familias, yo sí creo que buena parte de la inteligencia viene programada y depende de la estimulación, si se desarrolla o no.

Es bueno saber con qué viene el niño y hacer, después de los 7 años, un coeficiente intelectual, pero por lo general yo les doy a los papás ciertos tips para que observen las habilidades de sus hijos y descubran sus fortalezas.

Para mí, la inteligencia está basada en la buena capacidad de análisis. En la capacidad de pensamiento, una persona que puede pensar, categorizar, encontrar semejanzas, es inteligente, y no es garantía de éxito, pero ayuda mucho, más que la rapidez. Por ejemplo los nórdicos son lentos, pero son muy profundos.

¿Cómo descubro el colegio que fomenta las fortalezas?

El hijo tiene que ir al colegio que va a potenciar sus fortalezas.

No tienen que primar factores como el estrato o el idioma, el niño tiene que ser el gran beneficiado, y, por supuesto, su cerebro.

Claudia Cerón Coral

Ni el segundo es igual al primero, ni dos es el doble de uno… en esto de los hijos, las matemáticas no siempre son exactas.

Como con un hijo no basta… ¡llega el segundo! Los padres empiezan a redescubrir muchas cosas olvidadas, y a descubrir otras que desconocían. La primera es que a nivel de dedicación un hijo es un hijo, y dos son dos. En contra de lo que algunos apuntan: uno es uno y dos son uno y medio. Pero tranquilos, la experiencia como padres y personas sigue siendo grandiosa. Por otra parte, inconscientemente, los padres damos por hecho que el segundo será como el primero en cuanto a su forma de actuar y hacer, al menos en estas edades tan tempranas. Pero la realidad nos hace ver algo muy diferente: el segundo es muy distinto al primero. ¿Cómo puede suceder esto si el entorno familiar es el mismo y la forma de educarle también? Intentaré arrojar algo de luz enfocándolo sólo desde la observación.

El primer hijo tuvo como modelos a su padre y a su madre, personas adultas que se relacionan con él de forma adulta y adaptada a su comprensión del lenguaje y psicomotricidad. Su entorno, al margen de sus juguetes, también es adulto. Los objetos de la casa son de adultos. Y así el niño crece y evoluciona, aprendiendo a ser una persona y a relacionarse con los demás. Y aparece el segundo. Antes de que queramos darnos cuenta, resurge desde sus escasos ochenta centímetros de altura la personalidad de una nueva persona, de una nueva forma de pensar, de otra manera de ver y sentir lo que ocurre, de metas y objetivos propios, etc. Algo no nos encaja a los padres, es muy distinto.

Pero tranquilos, es normal. ¿Por qué? Si lo comparamos con el entorno en el que creció el primero:

  1. Entorno de referencia distinto. Tiene un punto añadido de referencia: su hermano mayor. Y le gusta mucho más que sus padres, pues es alguien más cercano (y no sólo en altura) y que entiende mejor los juegos y bromas. E incluso se intercambian los gestos y bromas a copiar.
  2. Nuevas actitudes a aprender. Ve en su hermano mayor cómo enfadarse, cómo reír, cómo patalear, cómo ayudar, cómo comer… Esto sirve de tirachinas para un aprendizaje más acelerado en todos los sentidos.
  3. La televisión también enseña (bien y mal, ya sabes). Aparece otro canal de aprendizaje más cercano: los dibujos y películas de su hermano mayor. Aunque no estén diseñados para él, no queda lejos de su comprensión, por lo que tiene una fuente de información y entretenimiento que no tenía su hermano que veía los dibujos acorde a su edad.
  4. Dos contra el mundo. No tardarán mucho en hacer pareja y a jugar juntos. Confabularán travesuras y se cubrirán y cuidarán. El sentimiento de pertenencia al núcleo familiar aumenta.
  5. Psicomotricidad acelerada. Lo de saltar en el sillón y la cama tiene su gracia, así que para lograrlo luchará contra sus propias limitaciones físicas antes de tiempo. Son persistentes. Y un día le descubres saltando antes de lo que lo hizo el mayor, y a su hermano muerto de la risa.
  6. Otros juguetes. Tiene acceso a los juguetes de su hermano mayor como los Playmobil, para lo que su psicomotricidad fina debe llegar antes si quiere disfrutarlo. Lo sabe, y echa el resto.

En definitiva, no serán iguales porque su aprendizaje es distinto, pues el entorno así lo es. Lo divertido es ver cómo se supera y cómo crecen juntos. Disfrutémoslo sin olvidar que son dos personas distintas, y todos debemos adaptarnos.

1.- ¿Qué es el mutismo selectivo?

Es un trastorno de ansiedad infantil, caracterizado por la incapacidad de un niño o niña a hablar en ciertos ámbitos sociales, como la escuela. Estos niños comprenden el lenguaje y son capaces de hablar con toda normalidad en otros contextos donde se sienten cómodos, seguros y confortables. La edad media para el diagnóstico es entre los tres y ocho años, pero es cuando empieza el colegio, cuando el mutismo selectivo se hace evidente.

2.- Criterios para la identificación del mutismo selectivo

  • El niño no habla en determinados lugares como la escuela, u otros entornos sociales.
  • Es capaz de hablar al menos en un entorno, generalmente en casa. La incapacidad para hablar le dificulta tener un funcionamiento adecuado en el contexto educativo y o social.
  • El mutismo ha persistido durante al menos un mes.
  • No está asociado a un transtorno de comunicación.

3.- ¿Por qué se desarrolla el mutismo electivo?

  • En la mayoría de las ocasiones existe una predisposición genética a la ansiedad.
  • Muestran comportamientos dependientes, inflexibles, malhumorados, con rabietas y extrema timidez.
  • La amígdala cerebral, es la zona del cerebro encargada de poner en marcha una serie de reacciones que ayudan a los individuos a protegerse. En los niños con mutismo, la amígdala parecer reaccionar demasiado y pone en marcha estas respuestas, aunque el individuo no esté realmente en peligro.

Se citan igualmente casos de mutismo en niños que viven en entornos bilingües.

4.- Características conductuales

  • Los comportamientos pueden ser muy variados, pero la mayoría de los niños se comportan de forma adecuada.
  • Aprenden a relacionarse y a participar en ciertos ámbitos sociales, comunicándose de forma no verbal o hablando en voz baja con unas pocas personas escogidas.
  • En contextos que le provocan ansiedad, pueden permanecer sin moverse.
  • Pueden evitar el contacto visual, tocarse el pelo, refugiarse en una esquina.
  • Tienen dificultades en tomar la iniciativa y pueden tardar en responder.
  • A veces los compañeros de clase adoptan un papel protector.
  • En ocasiones tieen mayor sensibilidad al ruido y tendencia a presentar miedos injustificados.

5.- Orientaciones para la familia

  • Adoptar una actitud serena y relajada.
  • Eliminar todas las presiones y expectativas para que el niño hable.
  • No hacer comentarios directos ni indirectos acerca de su comportamiento verbal.
  • Darle seguridad y ser comprensivos con sus dificultades.
  • Tratarle normalmente responsabilizándole de sus acciones, es decir no protegerlo.
  • Tener información acerca del mutismo electivo con el objetivo de actuar con conocimiento del tema.
  • Fomentar situaciones de comunicación relajada, donde el objetivo sea el placer de estar juntos compartiendo una determinada actividad.

6.- Pautas de actuación para el tratamiento del mutismo selectivo

  • La desensibilización: Se expone al niño a algo que teme, y se le ayuda a superar el miedo de forma gradual.
  • La extinción: Se parte de crear una situación cómoda para el niño, a la que progresivamente se le introducen variables más difíciles.
  • El refuerzo positivo: Se utilizará la recompensa, cuando la ansiedad del niño haya disminuido y esté preparado para trabajar con metas. Debe premiarse cualquier intento de comunicación por mínimo que sea, desde un susurro a una mirada.

Su hijo o su hija se angustian con el tema de la muerte, sin que se haya producido ninguna últimamente en la familia. Suelen preguntarse justo antes de dormir por este tema: “si nos vamos a morir o si él mismo se va a morir”.

Lo que más agobia a los padres es que no es una pregunta fruto de la curiosidad, sino que lo hacen con angustia y entre lágrimas. A continuación, les expongo algunas orientaciones para afrontar esta situación: 

  • En primer lugar, el hecho de que algunos niños y niñas se angustien y pregunten por este tema es completamente normal. Suele ocurrir entre los 5 y 7 años, entre chicos más maduros e inteligentes que se preguntan por el por qué de las cosas y más frecuente entre las niñas.
  • La situación puede surgir sin que haya habido ningún fallecimiento entre la familia.
  • Suele ser algo transitorio y en unas semanas desaparece o al menos, se atenúa, aunque pueda volver a aparecer en el futuro con menos angustia.
  • La actitud de los padres debe ser de comprensión, sin quitar importancia, sino más bien una oportunidad para hablar de este misterio de la vida.
  • Les recomiendo que les expliquen el ciclo de la vida: nacemos, crecemos, vivimos y al final morimos.
  • Explíquenle que la muerte no es algo que sucede solo cuando somos muy mayores, en ocasiones aparece antes: por un accidente o enfermedad. Es una oportunidad para explicarles que deben cuidar y prevenir su vida y evitar situaciones de riesgo.
  • Si tienen creencias religiosas es también una ocasión para explicarles su esperanza en una vida posterior después de la muerte o las explicaciones que contenga su religión.
  • Por último, deben animarlo a vivir y disfrutar del presente y del momento actual. Le pueden explicar que seguro que en los próximos meses puede tener una caída jugando o una discusión con los compañeros, pero no por ello vive angustiado.

Tenemos que vivir y disfrutar de lo que tenemos en el presente y de todo lo bueno que nos rodea. No pasa nada porque los hijos comprendan que en la existencia papá y mamá no lo tienen todo controlado, es más, que vayan comprendiendo que gran parte de nuestra vida no está bajo nuestro control… pero a pesar de todo… la vida vale la pena vivirla. Espero que les ayude.

Jesús Jarque García

Durante las últimas semanas estoy leyendo y poniéndome al día sobre un tema interesante: La depresión infantil. Si bien hace unos años se negaba o se ponía en cuestión que los niños pudieran padecer este trastorno, hoy en día la mayoría de los especialistas aceptan que efectivamente la depresión infantil existe y que su presentación difiere en muchos aspectos de la depresión adulta. 

En todo caso, estamos en una fase inicial y en general, es poco diagnosticada y por tanto, son pocos los niños que reciben el tratamiento adecuado. Se estima que aproximadamente un 2,5 % de la población infantil (2 a 12 años) padece este trastorno. Vamos a presentar algunos de los síntomas que pueden hacer sospechar que un niño o niña está padeciendo depresión.

Estos síntomas deberían estar presentes durante dos semanas al menos y suponer un cambio importante en la actividad previa del niño o niña.

Los síntomas pueden ser:

  • Estado de ánimo triste irritable. Este estado de ánimo está presente casi todo el día y casi todos los días.
  • El niño o niña pierde capacidad de disfrutar: no tiene interés por actividades que le gustaban; parece que nada le resulta agradable ni interesante.
  • Puede haber cambios de peso considerables: bien disminución, aumento o no se alcanzan los aumentos de peso esperables a su edad.
  • Problemas de sueño.
  • Pérdida de energía.
  • El niño o niña está muy agitado o excesivamente lento casi todo el día.
  • Hay sentimientos de culpabilidad o de inutilidad o baja autoestima.
  • Se aísla de los demás.
  • Pérdida de concentración.
  • Pueden aparecer ideas suicidas.

La presencia de estos síntomas deterioran algunos aspectos de la vida del niño como la relación con los demás, la relación familiar o sus estudios.

El diagnóstico debe realizarlo un especialista en salud mental infantil: psicólogo clínico o psiquiatra. Este especialista es el que debe considerar los síntomas, cuántos deben estar presentes y diferenciar la depresión de otros posibles trastornos.

Es una tarea complicada y especializada ya que debemos tener presente que la depresión suele acompañar otros trastornos infantiles como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, trastornos de conducta o los trastornos de aprendizaje, entre otros.

El tratamiento previsto para la depresión infantil suele ser terapia psicológica, tratamiento farmacológico o la combinación de ambos.

Mi recomendación desde aquí para las personas que están más en contacto con los niños (familias y maestros) es que si sospechan que un niño o niña pueda padecer depresión infantil, se realice una valoración para descartarla o en su caso, confirmarla y realizar el tratamiento lo antes posible.

Jesús Jarque García

Mi hijo tiene 6 años y todo se lo tenemos que hacer nosotros. ¿Por dónde empezamos para fomentar su responsabilidad y autonomía personal? 

En este caso que comentan la situación seguramente no es nueva y han confluido tanto la comodidad del niño como cierta sobreprotección por su parte. Lo cierto es que deben cambiar esta situación porque no es beneficiosa para su hijo.

Para ello aconsejamos:

1º. Tomen la decisión con seguridad y acuerdo entre la pareja de que van a desarrollar la autonomía de su hijo desde ahora.

2º. Seleccionen dos hábitos de los más básicos que el niño no tenga adquiridos y que no requiera unas condiciones especiales. Por ejemplo, “vestirse por la mañana” necesita un tiempo extra y es demasiado exigente para comenzar. Seleccionen solo dos hábitos, no pretendan ahora que el niño adquiera todos a la vez.

3º. Una vez seleccionados, decidle al niño con cariño, confianza y con firmeza que a partir de ahora lo tendrá que hacer él solo.

4º. Enseñadle lo que tiene que hacer y ponedlo a practicar, elogiándolo especialmente al principio.

5º. Supervisar que lo hace solo y corregidle si no lo hace correctamente.

6º. Si se niega, no negociar y no dadle alternativa, debe hacerlo: ser constantes en la exigencia y adoptar las medidas de retirada de privilegios y sobre corrección.

7º. Cuando sea capaz de realizar lo encomendado elogiadlo. En diez días debería estar adquirido, de todas formas continuad siendo constantes para que se convierta en un hábito.

8º. Elegid junto con el niño otra conducta y utilizad el mismo procedimiento. Poco a poco el niño se sentirá más confiado y todos más satisfechos.

La autoestima de las personas, incluyendo a los niños, depende de la correspondencia entre la visión que se tenga de uno mismo y la imagen ideal de cómo se quiere ser o qué cualidades le gustaría a uno tener; cuando estos dos polos están cerca, se tiene buena autoestima.

Los niños se enfrentan todos los días a retos: el colegio, los amigos, las notas, el deporte… algo que para un adulto puede pasar desapercibido, pero que no hay que minusvalorar, pues para un niño estos ámbitos son determinantes; los niños viven en un “mundo” en el que las pequeñas cosas se magnifican, a pesar de la visión lúdica que puedan tener de éste.

Cómo fomentar la autoestima del niño

Por ello, algún problema en el colegio, con los amigos, o ver que no se es bueno en algún deporte, puede mermar la autoestima del niño. Ante ello, los adultos deben ser receptivos para advertirlo y procurar ayudarle a que cambie. ¿Cómo?

– Desarrolla su sentido de la responsabilidad: logra que se comprometa contigo a realizar alguna tarea, y exígele luego verla cumplida.

– Implícale en la toma de decisiones cuando se dé algún problema doméstico, mostrando que tienes en cuenta su opinión y las soluciones que proponga; le hará sentir valorado y competente.

– Prémiale cuando cumpla las tareas que habéis acordado o haga algo positivo aunque no se lo hayas pedido; así reforzarás su buena conducta y le estimularás para que sea proactivo y no se limite a hacer lo que se le manda.

– Procura que aprenda a resolver sus propios problemas: implícate en su proceso de toma de decisiones y guíale, pero no le des la solución.

– Ayúdale a ver sus fallos como oportunidades para aprender y mejorar y estimúlale para que lo haga. Puedes hacerle preguntas como ¿qué crees que has hecho mal? ¿cómo puedes mejorarlo para que no vuelva a suceder?

– A la hora de hacer críticas, hazlas de tal manera que el niño vea que la crítica recae sobre “algo” y no sobre él; dile que te entristece un mal resultado en un examen, en lugar de decirle que es un mal estudiante. Él verá por sí mismo que es el responsable de lo que ha sucedido.

– No hagas comparaciones entre sus actos y los de sus amigos o hermanos.

– La principal fuente de autoestima en los niños es el trato que recibe de quienes le rodean: familiares, profesores, amigos… Por lo tanto es fundamental que reciba todo el cariño de sus padres, pero sin que caigáis en la sobreprotección.

Uno de los factores que influyen poderosamente en el desarrollo es la situación de las personas dentro de su ciclo vital. El ciclo de vida lo dividimos en las siguientes etapas: desarrollo prenatal, infancia, niñez, pubertad, adolescencia y etapa adulta. Aunque esta división nos parece normal, no es compartida por todos. Algunos dividen la adolescencia en varios periodos, incluyendo dentro a la pubertad.

De todos modos, nos parece que, para comprender mejor el desarrollo del ser humano es conveniente utilizar seis periodos cronológicos, que más o menos corresponden a nuestra cultura.

1. El período prenatal comienza con la concepción y finaliza con el nacimiento. Es el menos arbitrario y fácil de definir porque su principio y final está claramente marcado por los acontecimientos biológicos.

2. La infancia empieza en el nacimiento y comprende hasta aproximadamente los dos años. Al final del segundo año la mayor parte de los niños han comenzado a adquirir el lenguaje y el pensamiento simbólico. Además la mayoría de los adultos los consideran más niños que bebés, lo que corresponde a la transición de la comunicación no lingüística a la lingüística.

3. La niñez comprende desde los dos hasta los trece años, aproximadamente. Los múltiples cambios que se producen en este periodo hacen que a veces sea necesario usar términos adicionales como el de niño pequeño (fase de transición entre los 18 meses hasta el tercer año) y el de preescolar (de los tres a los seis años).

4. La pubertad comprende, aproximadamente, desde los 13 a los 15 años y es generalmente aceptada como el final de la niñez y el inicio de la adolescencia.

5. La adolescencia, la quinta etapa, es un perí- odo menos definido porque su final no está tan marcado como el de otras fases del desa- rrollo, generalmente se sitúa desde los 16 a los 19 años, aproximadamente. En la actualidad, por diferentes factores, se puede hablar de adolescencia dilatada, puesto que sujetos que por edad cronológica ya han salido de la adolescencia, sin embargo, sus comportamientos y desarrollo psicológico aún corresponde al de este periodo.

6. La etapa adulta es la sexta fase, por lo general abarca desde los 19 o principios de los 20 y continúa hasta la muerte. Esta es sin duda la fase más larga de nuestro proceso evolutivo.

Esta conveniente división de la vida hace rela- tivamente fácil la discusión sobre los cambios de comportamiento que acompañan a cada fase, como más adelante veremos.

Cada etapa describe un modelo particular de habilidades, motivaciones o comportamientos, que son más o menos estables. A medida que una persona pasa de una etapa a otra hay una reestructuración de la etapa anterior. Así observamos que el comportamiento, las motivaciones y habilidades son cualitativamente diferentes. Los niños que pasan de una etapa de desarrollo intelectual a la siguiente no sólo saben más acerca del mundo, sino que piensan de forma radicalmente distinta.

Las etapas evolutivas generalmente siguen la edad cronológica, pero es el nivel de funcionamiento del sujeto, que no la edad real, el marcador que indica el desarrollo alcanzado. Esto es lo que se conoce como la edad cronológica y la edad mental.

La transición entre etapas es generalmente larga y las diferentes habilidades dentro de una de ellas pueden desarrollarse a intervalos escalonados y algunas veces en distinto orden.

La conducta depende tanto de la naturaleza (característica del bebé) como de la crianza (experiencia durante el crecimiento), es decir, de la herencia y del ambiente.

El desarrollo del ser humano es el producto de muchos factores en estrecha interacción.


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